La curación de Juan Cagliero. Parte segunda de “El futuro de Juan Cagliero”.
Y calló sin decirle adonde iría.
—Si es así —replicó Cagliero— no es necesario que me prepare a recibir los Sacramentos. Yo tengo mi conciencia tranquila. Me confesaré cuando me levante y cuando todos mis compañeros se acerquen a los Sacramentos.
—Bien —le contestó San Juan Bosco—, puedes aguardar hasta que te levantes.
Y ni lo confesó ni le habló más de los últimos sacramentos.
Desde aquel momento Cagliero no se preocupó lo más mínimo de su enfermedad, pues tenía la seguridad de que su curación era cosa ciertísima.
Y, en efecto, no tardó en comenzar a mejorar, entrando en una franca convalecencia. Pero cuando parecía alejado todo peligro, como sus parientes le hubiesen mandado en el mes de septiembre un poco de uva, el muchacho la comió con avidez, como un alimento que él consideraba inofensivo, y volvió a recaer, encontrándose al borde del sepulcro.
Prepárame la sotana de clérigo.
Se le hubo de avisar a la madre que volviese a verlo, comunicándosele al mismo tiempo el mal cariz que había vuelto a tomar la enfermedad, y la buena mujer se apresuró a retornar de Castelnuovo.
Apenas penetró en la habitación y vio a su hijo en aquel estado, exclamó dirigiéndose a las personas que le asistían:
—¡Mi Juan está muerto! Por lo que veo, todo ha terminado.
Pero Juan, manifestando la alegría que sentía por la llegada de la madre, sin más comenzó a decirle que pensase en prepararle la sotana de clérigo con todos los demás accesorios, para su vestición clerical.
La buena mujer creyó que su hijo deliraba y, en efecto, dijo a Juan Bosco que llegaba en aquel preciso momento:
—Oh, Don Bosco, ¡Cuan cierto es que mi hijo está muy malo! Está delirando y me habla de vestir el traje de sacerdote y me ha dicho que le prepare todo lo necesario.
Y el Santo le contestó:
—¡No, no, mi buena Teresa!, vuestro hijo no delira, se ha expresado muy bien; prepararle, pues, todo lo necesario para vestirlo de clérigo; tiene que hacer aún muchas cosas y no puede ni quiere morir.
Cagliero, que lo oía todo, dijo:
—¡Qué, mamá! ¿No lo habéis oído? Usted me hace la sotana y Don Bosco me la impondrá.
¡Sí, sí —exclamó la madre llorando—, ¡pobre hijo mío! Te pondremos un traje, pero Dios quiera que no sea muy distinto del que deseas.
San Juan Bosco procuró tranquilizarla, asegurándole que vería a su hijo vestido de clérigo, pero la buena mujer seguía diciendo en voz baja:
—Te pondré un traje cualquiera cuando te metan en la caja.
La fe inquebrantable de Juan Cagliero
El hijo, en cambio, sin perder la alegría, hablaba con todos los que venían a visitarlo, de la sotana que pronto vestiría.
En efecto, porque tal era la voluntad de Dios,
Cuando recuperó un tanto las fuerzas, la madre se lo llevó al pueblo.
Estaba tan delgado que parecía un cadáver, estaba tan debilitado que no sé podía sostener, en pie, sino que tenía que caminar apoyado en un bastón; daba compasión verlo.
Y entretanto seguía insistiéndole a la madre que le preparase su equipo de clérigo, y la buena mujer decidió complacerle.
Las personas que la veían entregada a esta tarea le preguntaban:
—¿Qué hacéis, Teresa?
—Estoy preparando la sotana para mi hijo.
—Pero si está medio muerto, si apenas se puede sostener en pie.
—Y, sin embargo, él lo quiere así.
En una carta que San Juan Bosco le había escrito desde Turín, con fecha del 7 de octubre, le decía:
«Muy querido Cagliero. Me complace grandemente el saber que mejoras de salud; nosotros te esperamos para cuando puedas venir, lo principal es que te encuentres perfectamente bien; que sigas tan alegre como de costumbre.
Me parece muy bien que te vayas preparando para la vestición…
Saluda a tus parientes; rogad todos por mí y que el Señor os bendiga y os colme de toda suerte de prosperidades. Créeme tuyo afectísimo: Juan Bosco».
Don Bosco me lo ha dicho
Se acercaba el día en que Cagliero tenía que regresar a Turín para la vestición.
Sus amigos y parientes intentaban quitárselo de la cabeza dado su estado enfermizo,
diciéndole que dejase para otra fecha su toma de sotana.
Pero él contestó:
—De ninguna manera. Tengo que tomar la sotana ahora, porque así me lo ha dicho Don Bosco.
Otros decían que era demasiado joven, que todavía tenía que hacer el último curso de bachillerato; pero él les contestaba:
—No importa, Don Bosco me lo ha dicho.
Por mera coincidencia, el día que tenía que partir para el Oratorio era el mismo en que su hermano tenía que contraer matrimonio, por lo que éste le insistía para que se quedase a asistir a aquella fiesta. Juan le respondió:
Tú haz lo que quieras, que yo, por mi parte, haré también lo que más me plazca; esto es: recibir el hábito clerical.
Los parientes querían retenerlo, diciéndole que, si se marchaba, daba muestras de que la persona que el hermano había escogido para esposa no le era grata.
—Mi hermano que haga lo que quiera; les aseguro que estoy contento, contentísimo de la elección que ha hecho.
¿No les basta esto?, —replicó Juan—. ¿Es que queréis que lo deje consignado en acta notarial que estoy contento?
El 21 de noviembre, Cagliero, perfectamente restablecido, volvía al Oratorio, y el 22, festividad de Santa Cecilia, Don Bosco bendecía el hábito clerical y se lo imponía a su amado hijo.
(Continuará)
(M. B. Tomo V, cap. XI, págs. 86-92)
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