Religiosidad de temporada es en lo que se han convertido para muchos los días de Navidad y de Semana Santa.
O sea, se trata de unos días en los que se asiste a algún acto de culto, o se presencia una procesión, o se aplaude a una imagen, o se adorna la casa con un belén.
Pero lo propio de la religión, que es el encuentro con Dios, ni se plantea. Importa la sensibilidad. O mejor, la sensiblería.
La Navidad es una de esas fechas donde parece que todo o casi todo ha sido dicho ya, lo cual, en parte, es cierto.
Pero no es menos cierto que podemos dejar pasar esta fecha sin que nos demos cuenta de lo que estamos festejando.
Porque en una sociedad tan atada al consumo, parece que la Navidad es sólo una oportunidad donde nos vemos casi obligados a consumir más que en otras fechas, primando el tener por sobre todo lo demás.
A la gran mayoría de los que festejan la Navidad se les escapa por completo el acontecimiento que dio nacimiento a dicho festejo, quedando el hecho divino de la encarnación de Cristo como algo que difícilmente la gente ligue a esta fecha, mostrando así el desconocimiento completo de lo que debiera ser la razón y el corazón de la Navidad.
En la religiosidad de temporada, los medios ocultan el fin.
Abundan los medios. Pero no median.
Porque lo propio de una buena mediación es ir más allá de ella misma, orientar hacia otra realidad más grande.
Un medio que se queda en sí mismo es un puro fuego de artificio sin ningún contenido.
Confucio, un pensador chino que vivió antes de Cristo, lo decía de otra manera: cuando el sabio señala la luna, el idiota mira al dedo.
En todos los dominios de la vida hay muchos necios.
Festejamos algo que no sabemos bien que es y que parece que tiene poco contacto con la realidad en la que nosotros vivimos.
¿Tiene algo que decirnos a nosotros la Navidad?
Si la despojamos de todos los adornos artificiales, de las reuniones familiares y los días feriados, para muchos no tiene más para decir.
Creo que eso, en sí, constituye un verdadero drama navideño, pues la gente no se da cuenta que la venida del Hijo de Dios para habitar como uno de nosotros, es el mayor bien que se nos podría haber hecho jamás.
No hay regalo, por más precioso que resulte que se pueda comparar siquiera a lo que Dios Padre nos regaló esa noche en un pesebre de la pequeña aldea de Belén.
Una humanidad corrompida entonces y ahora, recibía, sin percibirlo, a aquel que es el único que puede brindarles lo que tanto se dice por estas fechas, pero que tan poco se vive en la realidad: paz y salvación.
Pero parece que ello queda en segundo plano cuando se trata de la Navidad, pues sólo comprando y teniendo la gente parece ser feliz, cuando dejan pasar lo único verdaderamente necesario para ellos: el regalo de Dios en Cristo.
La Navidad es la llegada de todo el bien que Dios deseaba hacerle a una humanidad necesitada de dicho bien.
Por más auto suficiente que la humanidad se crea, desde la perspectiva de la eternidad, es desdichada, desnuda y pobre, carente de todo lo que pueda conducirla al bienestar verdadero y a una relación gozosa con la deidad.
Despreciar, ignorando, el regalo de Cristo llegando a nuestro mundo para compartir nuestra experiencia humana, enseñarnos, dejarnos ejemplo y, sobre todo y ante todo, para morir por nuestros pecados, hacer a un lado ese regalo es condenarnos a una vida que apenas merece el nombre de tal.
Navidad es la llegada del Hijo de Dios a los hombres para ser su Salvador y Señor.
Es el hecho que abre las puertas para la salvación de toda la humanidad, que crean en Él y lo reciban para llenar de sentido sus vidas, darles vida abundante y eterna y llenarlos de una felicidad que va más allá de lo que podamos experimentar fuera de él.
Religiosidad de temporada me parece una reflexión muy necesaria porque creo que en demasiadas ocasiones pesa más la fiesta material y quizás fraterna pero alrededor también del materialismo, la comida, los regalos,…que la celebración del verdadero espíritu de la Navidad, sin que se le dé toda la dimensión que esto significa para la vida de los cristianos.
Sin dejar de estar de acuerdo en cuanto se dice en el ártículo, me parece interesante sacar a la luz un matiz, en toda esta fiesta y parafernalia, que metemos en el saco de materialista y que se aparta del verdadero signifcado de la Navidad.
La cuestión es que vivimos en un mundo que no deja de ser como es. Aunque nos gustaría que fuera diferente, no podemos cambiarlo. Porque solamente yo puedo cambiar, a los demás, a mi entorno, no lo puedo cambiar. Tampoco jesús pudo hacerlo, siendo hombre. Acabó condenado, crucificado, aparentemente fue un fracaso. Claro,los tiempos de Dios, no son los nuestros. Yo creo que en esta celebración, los que sabemos lo que se celebra, estamos ahi, en medio de esa otra fiesta «materalista». Sin embargo, en esa fiesta, la familia se reune, hace una comida especial, hay fraternidad, cariño, amor entre los reunidos. Es posible que no se acuerden de Jesús de Nazareth, pero en la bondad, en el amor fraterno, ¿No está presente de alguna manera aunque no se le nombre? Aprovechemos esa pequeña diminuta presencia, porque allí en lo pequeño, en lo escondido está El. Tengamos esa confianza. Nuestro Dios no necesita alabanza y reconocimiento, ni siquiera que se le nombre. Le basta con que una pequeña llama de amor, generosidad, brote en el corazón. Yo tengo confianza en la presencia de Dios en el corazón de cada persona. Quiero tener paciencia y esperanza.
Para mí, NOS HAN ROBADO LA NAVIDAD. De Cristianas tienen poco o nada. Todo es superficialidad y materialismo que sofoca lo poco religioso. Luces, adornos villancicos comidas…Todo es efímero y superficial : Las luces se apagan, los adornos se guardan para las próximas navidades. Acaba la navidad y aumentan los divorcios.
Dios es bueno y no necesita nada de nosotros, pero le gusta oír nuestras oraciones, nuestras alabanzas.
Creo que hay que recuperar la auténtica Navidad, aunque no sé cómo. Ante ante ambiente externo no estaría mal acudir a alguna celebración religiosa, que hay varias.