Una escena de intimidad es el salmo 15.
Es como una ventana estrecha a la cual se asoman nuestros ojos curiosos para descubrir una escena de intimidad del salmista enamorado de su Dios.
Rechaza los otros pretendientes, los ídolos, que son tantos y tan aparentes, porque sólo Dios puede satisfacer sus anhelos.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.
El orante se siente satisfecho y agradecido a Dios, saciado de alegría.
Pero no es un ingenuo; sabe que miles de ídolos pretenden suplantar a Dios, pretenden satisfacer al hombre con gozos pasajeros y vanos.
La herencia que el Señor nos deja no es la más grandiosa ni espectacular; el mismo Jesús promete persecuciones a quien le siga, pero es la única heredad que colmará los deseos profundos del alma.
Sólo acercándonos a la intimidad con Dios, que expresa el salmo, podremos superar las tentaciones de los falsos dioses.
¡Son tantos y parecen tan agradables!
El dinero, el poder, el placer, la comodidad, el egoísmo… Quieren ser fines en sí mismos, y prometen una felicidad que no podrán dar.
El salmista ha hecho su opción firme y confiada por Dios.
Él no le fallará. Le acompaña siempre, le instruye siempre, llena sus entrañas –todo su ser– de alegría.
Y le ilumina el sendero de la vida hasta llegar a la alegría perpetua.
Cada uno de nosotros tiene muchos dioses. O si se prefiere, muchos ídolos. Un ídolo o un dios es aquello a lo que subordino todo lo demás.
Para muchos, el dinero es un ídolo, porque por el dinero pierden amistades, salud, tiempo y humor.
El problema de los dioses de la tierra es que nunca acaban de llenar el corazón.
Sin embargo, son fáciles de identificar: poder, sexo, dinero, prestigio, honor, belleza, estómago, política.
Con el Dios verdadero ocurre lo contrario: siempre se nos escapa.
Por eso nos resulta difícil encontrarlo y amarlo.
Al Dios verdadero es más fácil amarlo “en negativo” que “en positivo”.
De ahí que el salmo 15, después de proclamar que Dios es “mi bien”, añade, como queriendo ofrecer una explicación de lo que implica decir eso:
los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.
Y así se explica que el primer mandamiento, “amarás a Dios sobre todas las cosas”, tuvo primero una formulación negativa: “no tendrás otros dioses fuera de mi” (cf. Deut 5,7; Ex 20,3).
En positivo siempre resulta difícil, por no decir imposible, y en todo caso, siempre resulta insuficiente, decir exactamente en qué consiste amar a Dios. Pero en negativo, amar a Dios es algo muy concreto: “no tendrás otros dioses fuera de mí”.
O sea, para amar a Dios hay que comenzar por desprenderse de los ídolos. Pues hay amores que son incompatibles: no podéis servir a Dios y al dinero.
Amar a Dios es, en primer lugar, saber lo que no hay que amar.
Amar a Dios significa sentirse insatisfecho con lo que uno es y tiene.
Lo repito: decir que Dios es “mi bien” y por eso es “mi amor” es comenzar por decir: los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.
Cuando uno está satisfecho con lo que tiene, ya no desea otra cosa.
En lo que le satisface pone todo su amor.
Si con lo que hay en este mundo ya nos sentimos colmados, si en este mundo encontramos una respuesta suficiente para todas nuestras preguntas, no necesitamos para nada a Dios.
Pero si los dioses y señores de la tierra no me satisfacen, ni me salvan de la angustia y, por eso, no pongo en ellos mi corazón, entonces mi corazón puede abrirse a otras perspectivas que le satisfagan y está preparado para poder amar a Dios, el único que puede llenar el corazón del ser humano.
Luciano García Medeiros
Los salmos expresan nuestras actitudes y sentimientos, nuestras inquietudes y emociones. Son un medio para comunicarnos con Dios. Expresan los diversos estados de ánimo del salmista o de los salmistas. Con ellos pedimos perdón , le damos gracias, le pedimos su ayuda, expresan la fe y confianza en Él. Los salmos han sido inspirados por Dios, Son Palabra de Dios.
A imitación de los salmos bíblicos (150) hay salmos modernos que no son palabra de Dios; son salmos creados por personas para dirigirnos a Dios. Hay que ser personas orantes con experiencia de oración. Los que tenemos una espiritualidad superficial nos resulta complicado. Intentamos rezar los salmos con profundidad uniendo nuestros sentimientos a los del salmista.