Las tres azucenas de Guadalajara y las patatas de la hermana Teresa
En pleno corazón de Guadalajara, tras los muros silenciosos del convento de las Carmelitas Descalzas de San José, el tiempo parece haberse detenido. Allí, entre oraciones, labores sencillas y el aroma del pan recién hecho, la vida sigue el ritmo pausado de quienes viven para Dios. Es Nazaret quien guía hoy esta comunidad de quince hermanas —nueve españolas y seis latinoamericanas— que mantienen viva una historia tejida de fe, entrega y esperanza.
La comunidad no nació en Guadalajara, sino en el municipio abulense de Arenas de San Pedro. Fundada el 11 de junio de 1594 por religiosas procedentes del convento de La Imagen, de Alcalá, las hermanas se establecieron entonces en una villa pobre, sin demasiada protección ni recursos. Pero el espíritu carmelita, fuerte como el fuego que no se apaga, las sostuvo durante los siglos, hasta llegar al lugar donde hoy continúan su misión de silencio, oración y hospitalidad.
Entre las paredes de este convento habita también el recuerdo luminoso de tres mujeres que ofrecieron su vida por Cristo: María del Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz, y María Ángeles de San José, conocidas cariñosamente como las tres azucenas.
Fueron asesinadas el 24 de julio de 1936, durante la Guerra Civil, y su testimonio de amor y fidelidad permanece vivo en la memoria de la comunidad. Su historia, recogida por Ester Medina Rodríguez en Alfa y Omega bajo el título “Entre pucheros”, recuerda que incluso en los momentos más oscuros florece la pureza del sacrificio.
Y es precisamente entre pucheros, como decía Santa Teresa, donde también se puede encontrar a Dios. En las cocinas del convento, la hermana Teresa guarda con cariño una receta que resume la sencillez y el calor de la vida carmelita. Una receta que no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma.
Patatas de la hermana Teresa
Carmelitas Descalzas del convento de San José de Guadalajara
Ingredientes
- 1 kilo de patatas
- 300 g de pimiento rojo asado
- 300 g de cebolla
- 300 g de tomate frito
- 1 litro de leche
- Mantequilla (al gusto)
- 1 cucharada sopera de harina
- 150 g de queso rallado
Preparación
- Freír las patatas. Pelamos las patatas, las cortamos en tiras gruesas, las freímos y las reservamos.
- Freír la cebolla. Cortamos la cebolla en juliana, la freímos hasta que quede transparente y la apartamos.
- Preparar los ingredientes. Dejamos listos el pimiento asado y el tomate frito.
- Montar el plato. En una fuente apta para horno colocamos las capas: primero patatas, luego cebolla, otra capa de patatas, los pimientos, más patatas y, finalmente, el tomate frito.
- Hacer la bechamel. En un cazo, derretimos mantequilla, añadimos la harina y vertemos poco a poco la leche hasta obtener una salsa suave.
- Vertemos la bechamel sobre las patatas, espolvoreamos el queso rallado y gratinamos al horno a temperatura media hasta que quede dorado.
- Servir caliente.
Sencillez, fe y gratitud se mezclan en esta receta conventual que, como la vida misma, se construye por capas: de esfuerzo, de amor y de oración. Cada cucharada es un recuerdo del sacrificio silencioso de tantas mujeres que, como las tres azucenas de Guadalajara, supieron darlo todo con humildad y alegría.
Extracto del artículo publicado por Ester Medina Rodriguez en la web «Entre pucheros».




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