Los gorriones estaban felices

Autor: Jesús Muñiz González
On 24 septiembre, 2021

Los gorriones estaban felices en la finca. Revoloteaban por todas partes y el bullicio de sus cantos llenaba el ambiente.

Después de la comida aún fuimos a saludarlos antes de acudir al estudio del arquitecto amigo de Alicia.

En la puerta una plaquita: “Leonardo Ortega Quirós, arquitecto”.

Enseguida que Alicia pulsó el timbre nos abrió la puerta un muchacho sonriendo.

─Hola Alicia.

─Alba, mi tía y mi amigo León.

─Encantado. Mi nombre es Sergio. Síganme por favor.

Lo seguimos hasta una salita muy ordenada, con una gran pantalla, proyector, una computadora y una mesa ovalada.

─¿Un café, una infusión?

Pedimos infusión. Nos sentamos a la mesa y esperamos mientras Sergio preparaba las infusiones.

En las paredes colgaban fotografías de lo que suponía eran obras del arquitecto.

Me pregunté si la relación de Alicia era solamente amistosa.

Se me cruzaba un pensamiento que me rozaba con cierta aspereza las neuronas.

No pude reprimir la pregunta.

─Hace mucho que conoces a este Leonardo.

Me pareció que Alicia me miraba con cierta picardía.

─Bastante.

Entonces señaló una foto y me dijo sonriente:

─Ahí precisamente nos conocimos.

Me levanté para ver de cerca la fotografía. Se trataba de un edificio acristalado, de grandes dimensiones.

─Es una fábrica de conservas en Puebla del Caramiñal. ─Y como si quisiera saciar mi curiosidad siguió hablando. ─El edificio, naturalmente es obra de Leonardo.

─Ah.

Eso fue todo lo que se me ocurrió decir y ella siguió hablando.

─Mi trabajo era instalar la ERP al mismo tiempo que se construía el edificio.

─Así que trabajasteis codo con codo.

─No precisamente, pero nos veíamos a menudo, simpatizamos y ahí surgió la amistad.

Y cuando dijo la palabra amistad me sonó con cierto empalago en la voz, como si diera a entender algo distinto.

Sergio sirvió el té y yo dediqué toda mi atención al brebaje que me quemaba los labios, aunque a mí me parecía que algo me quemaba más adentro.

En ese momento se abrió la puerta y entró Leonardo.

Inmediatamente Alicia se fue hacia él y se abrazaron muy efusivamente.

Estaba claro que había una corriente muy fuerte de afecto entre ellos.

Alicia hizo las presentaciones y el arquitecto nos saludó cordialmente.

Desde el primer momento, contra la que podía esperar, me fue simpático.

Lucía constantemente una sonrisa cautivadora. Muy moreno, con el pelo oscuro y brillante peinado hacia atrás.

Tenía un bigote negro que me recordaba a Clark Gable. Usaba gafas. No era muy alto, pero si robusto y se movía con la elasticidad de un felino.

Se sentó a la mesa y de inmediato dirigió la conversación al motivo de nuestra visita.

Me encantó su actitud tan dinámica como práctica.

Alicia le contó nuestro proyecto.

Enseguida puso en marcha la computadora y en menos de un minuto localizó la finca y nos la mostró en la pantalla.

─Supongo que queréis aprovechar estas ruinas y hacer algo que encaje bien en el lugar.

Como todavía era temprano, nos propuso ir a la finca para obtener información mas precisa.

Nos fuimos en dos autos, pues nos acompañaba Sergio.

Desde luego me di cuenta que sabía hacer su trabajo.

En cuanto llegamos al lugar, entre el y Sergio, tomaron notas, medidas, fotos.

Todo ello con una rapidez y precisión asombrosa.

Al terminar nos aseguró que en una semana tendría algo que mostrarnos y quedamos en vernos allí mismo, en siete días, por la mañana.

─¿Qué te parece mi amigo Leonardo?

─Un encanto. ─Respondí sin vacilar. ─Si yo fuera mujer me enamoraría de él.

─Ya, el problema es que su esposa es bellísima y tan encantadora como él, o más.

Y según decía esto se echó a reír a carcajadas y el momento estábamos los tres riendo como locos.

─Y si nos a tomar algo a O Curruncho. Propuso Alba.

Sindo nos recibió feliz. Ya éramos como de casa.

Otra feliz velada, con larga sobremesa.

Ya se me hacía larga la espera de una semana para ver los proyectos de Leonardo.

Ya de vuelta para casa, Alba nos comunicó una decisión sorprendente.

─Yo me voy a Santo Domingo esta semana. Quiero ver a mis parientes. Luego no se si tendré tiempo.

Tanto Alicia como yo nos quedamos pasmados.

─No puedes ir sola.

─Ni hablar. Me voy contigo.

No sabía que decir. De pronto quedarme solo una semana, se me hacía insufrible.

─No te quedas solo, están los gorriones.

Si, los gorriones serían mi compañía.

Cuando las dejé en casa, quedé en recogerlas al día siguiente a las seis y media para llevarlas al aeropuerto.

Esa noche en la cama, tuve un presentimiento muy triste.

También a mi me hubiera gustado irme con ellas a la isla del Caribe.

Ahora me esperaba una semana a solas con los gorriones.

A media mañana estaría con ellos, y a media tarde.

Comería y cenaría todos los días en O Curruncho.

Así llenaría los días para que se me fueran rápido.

Los gorriones estaban felices en la finca, y yo estaría feliz con ellos.

Aunque la felicidad no sería completa, sin Alba ni Alicia.

Antes de dormir, estuve leyendo las notas que me había dejado Alba.

Serían una buena ayuda para hablar con mis diminutos amigos.

Iba a disponer de una semana para estar a solas con ellos.

En la tele ponían Casablanca y la vi en la cama.

Esa noche soñé con la película. Leonardo era Rick, Lisa Alicia y yo Laszlo.

En el sueño, caminando por la niebla, mi compañero no era el jefe de policía, sino un gorrión, al que le decía aquello de: “Pienso que este es el comienzo de una bella amistad”.

 

Los gorriones estaban felicesJesús Muñiz González

El Canto de los gorriones (9)

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Comentarios

1 Comentario

  1. Nerys

    Hermoso cuento. Qué gran idea ir a Santo Domingo, la hermosa tierra del Caribe. Alba lo pasaría muy bien. Los gorriones son aves muy bonitas. Yo le pongo comida para que bajen a comer, eso me hace muy feliz

    Responder

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